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Antón Chéjov no escribía sus obras para que el público llorara. Pero más de 100 años después de su muerte sigue causando ese efecto.

Decir que sus obras son monumentales nunca será suficiente para describir la magnitud de sus textos. Es necesario leerlo, releerlo, verlo y vivirlo para poder abarcar la fuerza de sus textos. Tal cual sucede en El Jardín de los Cerezos.

Aquí el dramaturgo ruso presenta a una familia aristócrata que vive tiempos difíciles, es decir, los caudales de dinero a los que estaban acostumbrados son cada vez menos sustanciosos. Debido, principalmente, a la pobre administración.

En esta puesta en escena adaptada y dirigida por Angélica Rogel; la principal derrochadora de bienes es Andrea (una espléndida Blanca Guerra), quien es medio solapada por su hermano Leonardo (el siempre cautivante Carlos Aragón) y que por lo mismo se verá sorprendido e incrédulo cuando se entere de las dificultades económicas que aparecerán.

Ante tales imprevistos tendrán que tomar las riendas del asunto… o seguir siendo eternamente niños, viviendo de sus recuerdos sin preocuparse del presente ni mucho menos el futuro.

Tal vez sea porque el pasado le duele profundamente a Andrea, pero eso no puede ser suficiente para estancarse cuando tiene a toda una familia que la quiere y respeta, tanto que hasta su servidumbre se siente parte de la parentela.

Entre ellas, Duna (una poderosa Concepción Márquez) quien es la persona más longeva de la hacienda, pero sus ideas para nada son anticuadas, ella vive el ahora sin olvidar el pasado y preocupándose, y ocupándose, del porvenir.

Procura a todos en la casa y muestra particular adoración por Ana (una vivaz Adriana Llabrés), la joven y hermosa hija de Andrea, quien siempre se ve llena de vida, esperanza y felicidad.

De hecho podría parecer que Ana es ingenua, tonta, pero es hasta verla junto a Pedro (un sorprendentemente agradable Nacho Tahhan) que su madurez es notoria.

Puesto que Pedro podría resumirse tajantemente como un soñador, un idealista; salvo que sus anhelos están repletos de razones, dudas y certezas. Es así que junto a Ana, si llegaran a ser pareja, podrían devolverle esa valentía y felicidad a una familia pobremente liderada.

En la cultura japonesa los cerezos representan el florecer. También es para ellos un símbolo del vínculo entre personas. En el El Jardín de los Cerezos aunque esa unión está débilmente mantenida, siempre hay una esperanza por un nuevo renacimiento, aunque en el camino se tengan que derrumbar lo que ya no sirve y sólo se ve bonito.

Porque como las flores, las cosas no son eternas en esta vida. Podemos luchar por “algo mejor” pero entre más pronto aprendamos a disfrutar el camino mayor será la alegría al conseguir la meta deseada, pues de lo contrario ese “mejor” no tendrá la mitad del sabor, ni la satisfacción, que imaginábamos.

El Jardín de los Cerezos; puesta en escena indispensable para adultos y llena de virtudes para jóvenes, puesto que aunque la nostalgia predomina, hay que estar listos para construir y enfrentar el porvenir.

Por: Ángel Caballero (@AngelReject)
Fotos: Cortesías



El Jardín de los Cerezos estará por corta temporada en el Foro Shakespeare (Zamora No. 7, Col, Condesa) pero se presentará todos los días de diciembre y hasta el próximo 10 de enero de 2018. De lunes a sábados a las 20:30 horas y los domingos a las 18:00 horas.

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