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Hernán Cortés supo que no podría contra los mexicas. Aquella noche de 1820 huyó de Tenochtitlán con su ejército rumbo a Tacuba, pero en la huida varios perecieron en el canal de los Toltecas, donde hoy está el Templo de San Hipólito.

Quienes llevaban más peso en bienes materiales no pudieron escapar, y sus cuerpos perecieron en el agua de la zona. Al concluir el conflicto bélico, Cortés decidió construir, el 13 de agosto de 1821, una ermita para honrar y enterrar a los caídos. El templo recibiría el nombre de San Hipólito por el día en que se construyó, ademas de ser el patrono de la Ciudad de México.

El Templo de San Hipólito se levanta en el cruce de Paseo de la Reforma y avenida Hidalgo. Sin embargo, desde 1982 se le conoce más por ser el centro de culto más importante a San Judas Tadeo, patrón de las causas desesperadas.

Los días 28 de cada mes son una verbena en esta iglesia. La calle Hidalgo es cerrada y hay personas por todas partes. En la acera se ponen los puestos ambulantes, donde venden veladoras, flores, imágenes de San Judas Tadeo; buñuelos, gorditas y pambazos, pan de fiesta. Sin embargo no todo es comercio, pues hay quienes salen de la iglesia y comparten flores, tarjetas, esperanzas.

Vecinos de la colonia, habitantes de la Ciudad de México y de los municipios del Estado de México acuden a este lugar para pedir la intercesión del santo en su vida, pero también para dar gracias por algún favor. El templo es un centro de sueños, un espacio donde se mezcla la humildad, la desesperación y la fe.

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Entre la gente se abren paso para acercarse al altar. Van de rodillas y con la cabeza baja, concentrados en sus oraciones sin ver quién o qué hay frente a ellos. Visten las prendas de San Judas Tadeo; cargan grandes racimos de rosas o imágenes del santo. Cruzarán por las calles del Centro Histórico, pero les importa más su fe que las miradas de desapruebo de las personas.

Pensarán que son delincuentes, incluso que portan droga. Serán culpables aunque se demuestre lo contrario. Para ellos la vida es igual que hace un siglo, son responsables de un crimen no cometido por su piel y su condición social. Estereotipos formados por unos cuantos, quienes sin comprender el significado del santo usaban su imagen para cometer crímenes.

El Templo de San Hipólito es donde el pasado y el presente conviven. Un espacio donde se lloran las penas, pero donde también se vela por un porvenir.

Por: Néstor Ramírez Vega (@NestorRV)

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