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Por Néstor Ramírez Vega
@NestorRV

 

Tres jóvenes emprendieron un viaje de 55 mil kilómetros a bordo de un Volkswagen Pointer, de Manhattan hasta los Alpes. La placa 342-SWD fue lo único que quedó del vehículo, así como historias relacionadas con el narcotráfico en 18 países del continente americano.

Los periodistas Pablo Ferri, Alejandra Inzunza y José Luis Pardo integraron el grupo “Dromómanos”, cuyo proyecto Narcoamérica mereció el Premio Ortega y Gasset 2014 y el Premio Nacional de Periodismo 2013. EXTENSIÓN platicó con Pablo Ferri sobre su experiencia en diversos países de América y su perspectiva sobre el narcotráfico.

 

 

– Si bien señalan que el proyecto sobre narcotráfico de Dromómanos surgió a partir de una sugerencia de Wendy Selene Pérez, editora de reportajes de la revista Domingo de El Universal, ¿cuál fue la historia que los motivó a que eligieran este tema?

Yo creo que fue cuando chocamos con la realidad de los países centroamericanos, sobre todo los del Triángulo Norte Centroamericano: Guatemala, Honduras y El Salvador.

Cuando llegamos a Guatemala me acuerdo que tratamos de entrevistar a Efraín Ríos Mont, uno de los caudillos que condujo el gobierno guatemalteco en los 80, bajo cuyo mandato se exterminaron decenas de miles de personas. Veíamos eso, el tema de la muerte, una muerte o un genocidio histórico, anterior de que naciéramos incluso. De alguna forma nos íbamos acercando a la muerte.

Recuerdo que estando en Guatemala, sin conseguir la entrevista a Ríos porque nunca nos la dio, escuchamos que en Honduras se había quemado un penal. Por la mañana iban 100 muertos, por la tarde 300. Nos impresionó mucho y fuimos para allá, nos encontramos un grupo de colegas súper paranoicos.

Todo mundo, más allá de pensar que era un accidente, pensaban que había sido adrede. Convivías con la paranoia, con la posibilidad de que la muerte no fuera un accidente, sino una acción motivada.

De ahí nos fuimos a San Pedro Sula, que en aquel entonces acababa de desbancar a Ciudad Juárez como la ciudad más violenta del mundo, según una ONG mexicana que hace el conteo. Estamos hablando de una tasa de 180 homicidios por cada 100 mil habitantes.

Hicimos un reportaje y lo que hicimos fue empotrarnos con el equipo de levantamiento de cadáveres de la ciudad, los fuimos persiguiendo un día; entrevistamos a médicos forenses, pandilleros y demás. Nos vimos de bruces con una realidad por un lado muy violenta, y por otro lado relacionada de alguna forma con el tráfico de drogas. Nos encontramos de repente en una jungla, en el sentido de que parecía que la gente sobrevivía más por el instinto de supervivencia que por el raciocinio.

Cuando llegamos a El Salvador conocimos al grupo de colegas que llevan el proyecto de “Sala negra”, del periódico digital El Faro, y que se convirtieron en nuestros referentes porque sabían combinar la investigación con una buena narrativa en un contexto muy jodido. En El Salvador están muriendo cada día 15 personas. Fueron un montón de cosas; vernos en un contexto hiperviolento, relacionado con el tráfico de drogas, y por otra parte los chicos de El Faro.

 

– ¿En el Triángulo Norte de Centro América fue el único lugar donde se separaron?

No. En Colombia también nos separamos, porque ya venía un amigo con nosotros. Al sur de Colombia fuimos Alejandra y yo, a la parte del Valle del Cauca fuimos José y yo. Sí, nos íbamos separando. En Chile me tocó a mi solo.

 

– ¿Cómo fue la experiencia en Honduras, en una de las ciudades más violentas?

Es una ciudad que pareciera ordenada por el mapa, pero ese aparente orden cartográfico no concuerda con lo que se ve en la ciudad. La ciudad a las seis de la tarde era un pueblo fantasma, no había absolutamente nadie; bolsas volando por la calle, suciedad, mendigos, un puestito de comida que no sabías si vendía, los super cerrados, ni un bar abierto.

La ciudad se moría a las seis de la tarde. Una cosa muy fuerte. Nunca había vivido en una ciudad así. Ahorita son las ocho, y mira cómo está esto, y eso que no estamos en la Condesa. Allá era igual el centro que otra cosa.

Me acuerdo que en frente del hotel donde nos quedamos había dos tipos, quién sabe si hacían la cena, en el balcón en un departamento a medio hacer. Fue un sitio muy embrutecedor. Te generaba la sensación de que la vida valía mucho menos de lo que tú pensabas. Es lo que también vimos el día que perseguimos al forense, iban de cuerpo en cuerpo.

Era la no ciudad en cuanto a la falta de vida. Una ciudad la entiendo como un infinito de vida, sobre todo una como esta. Aquella era como un infinito de fantasmas, sobre todo a partir de las seis de la tarde.

 

– ¿Cómo fue llegar de España a estos puntos con una violencia extrema?

No recuerdo lo que sentí cuando vi mi primer muerto asesinado. Es raro. Creo es una cosa ingenua, de principiante, de no estar acostumbrado; el muerto no se mueve. A mí me fascina todavía. No entiendo todavía esto de los muertos, por qué tantos, de hecho creo que soy todavía… me falta cierto sentido común. Cuando voy a Guerrero todo me parece mucho más normal.

Creo que nos equivocamos al mitificar el negocio del narcotráfico o a sus capos como gente mala o asesinos psicópatas, es algo que tiene más que ver con la supervivencia. No digo que la gente mate por sobrevivir en Guerrero o Michoacán, creo que la cultura de grupos de poder al margen de la política todavía existe, y tratar a los narcos de Guerrero como si fueran grandes estructuras criminales, absurdo. En ese sentido trato de entender la muerte como una extensión de una forma de sobrevivir.

Yo llegaba con la visión del narco como el malo malísimo. También es cierto que te encuentras figuras como el pozolero o llegan tipos con personalidades psicopáticas. Cuando aparecen cuerpos desmembrados, dices “Joder, ¿y esto? ¿Por qué tanta saña?”. No sé, no me lo termino de explicar. Me fascina y trato de apartarme o de derrocar el mito del narco malo.

 

– ¿Esta mitificación cayó cuando llegaron a Brasil con las “crackolandia”?

Sí, porque tengan razón o no, o en el origen se lo crean o no, la mayoría de esos grupitos creen que están en guerra. Al favelado se le trata mal, no estoy justificando la lucha armada o la guerrilla urbana que manejan de vez en cuando. Pero sí se cae un poco el mito, porque al final la gente conoce del narco a través de figuras como “El Chapo” Guzmán, Pablo Escobar, “La tuta”, y esos son mitos. Habrá uno que sea más psicopático que otro, pero al final la gente reacciona de lo más normal. Nadie mata por matar, es por dinero o aquí para mandar un mensaje.

 

– Conocemos el narcotráfico a partir de figuras como “El Chapo” Guzmán, pero en el libro lo que hacen es contar la historia de las personas como las “mulas”…

Era un poco lo interesante, además lo hicimos casi sin querer. Por algún motivo nosotros nos enfocamos en los eslabones periféricos del narco, estábamos con la base, cómo afecta este fenómeno global a la gente y ver que, coño, hay mucha gente que está ahí metida que no es criminal.

Queríamos contar eso, la historia, los dramas por un lado, las alegrías por otro. O sea cómo es la gente. Se trata de sobrevivir y hacerse más rico. Todos vamos a lo mismo. Si pudiera cultivaría cacao o piñas, pero sabes qué, la hoja de coca me da cuatro cosechas al año y se vende a tres o cuatro veces más que el café a cada hora.

El paradigma tardará en cambiar cinco o 10 años, pero cambiará. Cada vez hay más voces que exigen un cambio en la política antidroga a nivel continental. El problema aquí en México es que está con la corrupción política.

Hay tantas historias ya mezcladas que no se sabe bien si la simple legalización de las drogas generaría un descenso en el número de muertos. Pero cojones, yo creo que seguramente sí, y no sería simplemente legalizar, sino lanzar planes de educación, de salud pública; una orientación distinta de política de drogas, porque lo que es claro es que la guerra contra las drogas lleva 40 años en marcha y hay más consumidores que antes y los mismos o más muertos que antes. Es un negocio muy lucrativo, tan lucrativo que muchas veces vale todo con tal de que el negocio siga, incluso vidas humanas.

 

– ¿Pretendían mostrar todo eso con el libro?

Nosotros pretendíamos generar debate. Nuestra idea era que fuera un libro de referencia al menos en lo que significa el tráfico de drogas. El año que viene cuando Naciones Unidas hable de estos temas, ¡estaría súper bien que fuésemos una referencia! Hay muchas cosas que no sabemos, pero sí sabemos cómo vive la gente. Yo creo que eso es lo más importante.

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