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La contingencia en la Ciudad de México duró tres días, en los que el transporte público fue gratuito. Foto: Néstor Ramírez

Tenía 10 años cuando escuchó la palabra contingencia por primera vez. Hombres con trajes anti radiación y máscaras de gas, seres espaciales que iban y venían por las calles de una ciudad que adquiría un semblante tétrico y desolador; escenario post-guerra.

Imágenes de destrucción eran las que venían a la mente de Luis, quien era un niño que no sabía lo que era contingencia, mas lo aproximaba a una cuarentena pandémica. Pasaron 14 años para que volviera a escuchar esa palabra que no pocas veces lo alertó en su infancia; esta vez no podía esconderse en casa.

“A partir de las 12 horas Metro, Metrobus y RTP darán servicio gratuito por contingencia”, lee en su celular mientras ve cómo el cielo de la ciudad se ve limitado por una masa gris que divide la tierra del cielo, así como en su momento, dícese, la tierra dividió los mares del cielo.

Cuando los días previos hubieron fuertes vientos acompañados de gorras y sombreros ya sin dueño, durante la contingencia la escena era diferente, aunque distante a las máscaras de la peste negra o de la Guerra Mundial. A lo lejos los volcanes desaparecen sin dejar huella tras la cortina de CO2 que ciega más de lo que se estaba.

El problema es político; no, el problema es ciudadano; no, el problema es de la corrupción; el problema no es de la Ciudad de México, es de los estados colindantes… Las listas y acusaciones crecen como la nube artificial, así como aquellos que no utilizan el transporte público y se ven obligados porque no los dejaron conducir su auto.

“¡Vale madre! Van dos que pasan y van llenos. Todo porque nos obligaron a usar esto”, exclama un joven con un suéter Calvin Klein y zapatos bien boleados. “¡Se te cayó tu toalla, marica!”, “¡Vete en taxi, culero” le gritan entre el mar de gente; lo que a diario se vive, lo que de lunes a domingo, de las 6 a las 22 horas, se vive en la línea 1, la 2, la 3… la A, la B.

Será que la contaminación crece a la velocidad que crece la sociedad, habitantes que tienen los pies en el suelo, pero nunca sobre la tierra. Luis tira el tapabocas en el bote de basura mientras un humo negro sale de un camión con dirección a Cuatro Caminos. Las máscaras ya no están, se fueron. Al cuarto día volvió el cielo.

 

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