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Los niños, la semilla del mundo, de la sociedad, de la humanidad no como un ente comunal, sino como un espíritu de solidaridad y empatía. Pesan los errores que tuvieron en el pasado, pero estos no demuestran su incapacidad para hacer un pueblo mejor.

Kenzaburō Ōe hace en Arrancad las semillas, fusilad a los niños una crítica a los vicios de la sociedad adulta y el miedo del que es presa el ser humano a cualquier edad, pero también la forma en que éste puede volver despiadado al hombre-

La obra editada por Anagrama en español explora los límites de una sociedad que busca destruir todo aquello que pueda poner en peligro su régimen de egoísmo y deshonestidad, desde un soldado desertor hasta unos niños de un reformatorio que llegan como refugiados a su localidad.

Un grupo de pequeños debe dejar el reformatorio donde viven tras un bombardeo en su pueblo. Llegarán a un pueblo entre las montañas donde serán discriminados y estarán a cargo de un trabajo que los habitantes no quieren hacer por miedo. Cuando se corre la sospecha de una pandemia, los pobladores abandonan sus casas y también al grupo de niños, quienes esperan mueran contagiados.

Los infantes logran salir del lugar donde los encierran y llevan a cabo una vida tribal con unos valores diferentes a los cimientos de los lugares que han habitado y que están inmersos en la violencia y la guerra. Pese a las diferencias lograrán crear una comunidad que se verá quebrada tras el retorno de un enemigo invisible, la muerte.

Ōe reúne en el libro las causas por las que él aboga que son la recuperación de la humanidad, el amor, la justicia y también el cese de la guerra. El símbolo de una infancia rebelde es la hierba que la debacle sociedad busca fusilar para mantener el orden y para guardar sus secretos y violaciones al sistema piramidal imperante.

El escritor japonés muestra no solo un desprecio a la juventud, sino a otras comunidades como la coreana en Japón y los desertores del ejército. Hace que la pequeña comuna entre los montes se vuelva universal y refleje los antivalores y bestialidad de una sociedad demagógica que busca imponer a través del miedo sus creencias a cada círculo inferior.

Al igual que en su obra previa, La Presa, el miedo del ser humano juega un papel importante pues primero es el factor que motiva a los vecinos a abandonar sus casas, pero después es el que penetra los corazones de algunos pequeños y los llevan a asesinar a un perro que pareciere estar contagiado, pero del cual no dan evidencias certeras.

La obra se transforma en una persecución que va acelerando su ritmo. En los últimos capítulos, tras el regreso del pueblo, Kenzaburō logra disparar las emociones del lector ante la incertidumbre por lo que le pasó al hermano pequeño del protagonista, pero también a partir de la persecución y captura del soldado desertor y consecuentemente la fortaleza del pequeño líder a mantenerse fiel a la verdad, aunque sea el camino que le costará la vida, una donde ya no le queda nada.

Poética en las escenas sexuales y las de violencia, Arrancad las semillas, fusilad a los niños es una obra que marca al lector desde el título y en el infierno de la guerra, pero también en el del egoísmo de las personas, una perversión que está dispuesta a arrasar con todo y todos, incluso con la inocencia de los niños y la libertad.

Por: Humberto de la Vega
(@RevistaExt
)

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